Como coordinadora del equipo de Justicia Restaurativa que colabora con el Centro Penitenciario de León, he tenido el placer de organizar en Ponferrada el cinefórum “Las dos caras de la justicia”, con la proyección de la magnífica película francesa de 2023 que aborda este tema. Les invito a verla en cuanto tengan la oportunidad; se exhibe en alguna plataforma de pago.
El evento, que se ha realizado igualmente en ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao, Huelva, Valladolid o Salamanca, contó en mi ciudad con la presencia de unos 80 asistentes. Estos participantes, como ustedes probablemente, lo desconocían todo sobre esta otra acepción de la Justicia y, gracias a la película tuvieron la oportunidad de vislumbrar lo que ocurre realmente en los encuentros entre personas que han sufrido delitos que les han perjudicado terriblemente (las víctimas) y las personas que han causado ese tipo de daños y que cumplen por ello condenas con pena privativa de libertad en centros penitenciarios (los victimarios, los presos).
De esto precisamente va la justicia restaurativa, de restaurar a las víctimas a través de encuentros, ofreciéndoles la posibilidad de ejercitar su derecho a explicar cuáles han sido y están siendo las consecuencias devastadoras que el delito ha dejado en ellos y sus familias.
Y este artículo va dedicado a todos ustedes que han seguido leyendo después de los primeros párrafos.
Como víctima de un delito y también como persona plenamente capaz, le puedo contar a un condenado por robo con fuerza en las cosas, cómo sufrí y sigo sufriendo las consecuencias del atraco perpetrado contra mí en la calle; puedo explicar a una persona condenada por tráfico de drogas cómo esas sustancias han devastado a mi familia; puedo decir a una persona condenada por estafa cómo un vil engaño ha arruinado mi economía. Ejemplos hay tantos como casi delitos en el Código Penal, y formas de exteriorizar el dolor también hay muchas, así que durante los encuentros restaurativos se da salida a los sentimientos de las víctimas, precisamente para proporcionarles otra herramienta para dejar de serlo.
A veces, tras los encuentros, las víctimas puedan volver a salir a la calle o consiguen dormir o sonreír o consumir menos fármacos para los innumerables dolores físicos y psíquicos que padecen, liberando parte de la gigantesca carga que han estado soportando. Y esto, no lo ofrece la justicia ordinaria.
La justicia ordinaria vela por nosotros y por eso, toda la maquinaria judicial, “el peso de la ley”, nos respalda cuando se ha cometido un delito; pero no aminora nuestro dolor en el alma, en lo más profundo; solo lo cuantifica en responsabilidades penales y civiles para los infractores.
Por eso, una vez ejercida la justicia ordinaria, recurrimos a la otra justicia. Por eso, la justicia restaurativa también va de ofrecer a los victimarios (los-as delincuentes, los presos-as como se suele decir en el lenguaje coloquial) la posibilidad de responsabilizarse moralmente, íntimamente, del daño causado; de llegar a comprender que sus actos equivocados, además de una condena penal, han causado destrozos en las vidas de muchas personas y no solamente en las de sus familiares cercanos y en sus propias vidas. Y a veces, solo a veces, estos encuentros favorecen el que estas personas no vuelvan a delinquir. Y esto, no lo garantiza la justicia ordinaria.
La tercera parte en la fórmula de la Justicia Restaurativa somos los facilitadores, los mediadores. Nosotros estamos presentes para acompañar, apoyar, sujetar, alentar a todas las personas intervinientes en los encuentros; incluso si los mismos solo se producen a través de cartas o testimonios por escrito. Atrás quedan meses, en ocasiones años, de preparación, de planificaciones e informes, realización de actividades, entrevistas, debates, coloquios, reuniones; y de inestimable esfuerzo por parte de las víctimas, los-as victimarios y las mediadoras.
Por lo tanto, termino el post añadiendo un párrafo para visibilizar todo este esfuerzo:
Hay un primer esfuerzo, el de las víctimas, que han ido preparándose, apuntalando su confianza en el proceso, despejando dudas, gestionando vaivenes de sentimientos encontrados sin contar en ocasiones con el apoyo de sus íntimos; el segundo es el esfuerzo de los victimarios, quienes en los largos días en prisión en los que la conciencia emerge, van trabajando el sentimiento de culpa, de vergüenza, de responsabilización, para ofrecer a las víctimas esa reparación que necesitan y que les dignifica a ambos; queda el tercer esfuerzo, el de los mediadores manteniendo las ganas sin apenas apoyos institucionales, buscando el respaldo de la comunidad que somos todos, con el convencimiento de estar abriendo una puerta a la reinserción para los unos, una puerta a la sanación del dolor para los otros y una puerta a la esperanza para todos.
Yo sigo apostando por la implantación de la Justicia Restaurativa ¿Y ustedes? Empecemos por darla a conocer, les pido su colaboración y quedo a su disposición.
Ana